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Carta de una madre

Publicado por Plataforma Educación 0-6 de Móstoles | | 0 comentarios »

Cuando decidimos que nuestra hija optase por una plaza en una de las Escuelas Infantiles de Móstoles, lo hicimos porque habíamos oído hablar mucho del proyecto educativo de éstas, y de lo beneficioso que resultaba para los niños. Habíamos oído hablar de las noches mágicas (hace tiempo eliminadas) de la independencia de los niños, de la dedicación y la formación de sus educadores, del ambiente cálido que se respiraba. Fue siempre nuestra primera opción, y sin muchas esperanzas decidimos intentarlo. El día que, tras presentar toda la documentación, salieron las listas y nuestra hija estaba en ellas, fue un día muy feliz. Entramos en la nueva escuela, nuestra escuela, con los nervios y la ilusión de los padres primerizos. Nunca olvidaré aquella primera reunión de padres, en la que éramos pocos porque nuestros hijos empezaban en el aula de 1 año, y los demás estaban desde el año anterior allí. Recuerdo las caras atentas escuchando al educador, cómo hablaba del funcionamiento de la escuela y de sus planteamientos pedagógicos. Recuerdo cómo nos enamoró el aula, las aulas, toda la escuela... Recuerdo el primer día de clase, con mi hija preparada con su mochilita, encantada. Recuerdo cómo se le pasó el encanto en cuanto se dio cuenta de que se quedaba sola con aquellos extraños. Y también recuerdo que fueron unos días muy malos, los de la adaptación. Para ambas. Poco a poco, las cosas se calmaron, y ella iba al "cole" feliz. Aprendía hábitos, se divertía y tenía sus amigos. Quería mucho a su educador, que les preparaba un cuaderno con las experiencias vividas, un cuaderno que siempre guardaremos como recuerdo... un educador comprometido al máximo con su trabajo, con sus niños. Recuerdo la relación con él, siempre directa y cercana, escuchando amablemente las posibles paranoias de la madre primeriza, y ayudando a superarlas con cariño y atención. Nunca recibí una mala respuesta por parte de él, ni de nadie en la escuela. Recuerdo que el primer día, en la reunión, nos dijo: esta es vuestra casa. Y yo siempre la sentí así. Y casi sin darnos cuenta pasó el primer curso, y comenzó el segundo con otra educadora, también maravillosa. Los niños iban haciendo piña, se les veía felices, y aprendían mucho. Recuerdo las fiestas, la ilusión del festival de navidad, del carnaval... Mi hija tenía a su mejor amiga, a la que adora, y con la que comparte juegos y también, por qué no, confidencias. Recuerdo un año de "control de esfínteres", y de más aprendizaje, mucho aprendizaje divertido. La ilusión de la salida al zoo con todos sus amigos, y con su educadora. La dulzura de la "profe" para encarar las situaciones más complicadas y el trabajo con los niños, sus niños. Y pasó otro año, y conocimos a una nueva educadora: también estupenda. Fuerte, segura, encantada con su trabajo y entregada a él. Y los niños seguían creciendo, aprendiendo. Aprendiendo sus nombres, las letras... Sin prisas, a su ritmo. Jugando. Divirtiéndose. Mi hija es feliz en su clase, con sus amigos. Es muy feliz... Y comenzaron los problemas. Y nos dimos cuenta de que por el egoísmo de unos políticos que sólo buscaban publicidad, mi hija iba a perder su cole, sus amigos, su profe, en definitiva: su casa. Todo aquello que habíamos vivido juntas, se esfumaba por una mal llamada justicia social. Siempre he creído en la justicia social: la que busca el bien común, y no la que llama a gritos a la caridad construyendo "hogares para pobres". No la que lava su cara dando una limosna de lo mucho que le sobra. No me hablen de justicia cuando se está cometiendo una tremenda injusticia con mi hija...
Y recuerdo todos los maravillosos momentos vividos en nuestra escuela, y no me queda por menos que sentir como si me quitasen algo que es mío, nuestro, de todos. Y quiero dar las gracias a todos los que han hecho que este modelo educativo haya seguido vigente durante tantos años... Soy de la generación que vio cómo se construían cientos de colegios porque hacían falta, sin pensar en si eran rentables. De la generación que sabía que la educación debía ser universal y gratuita, y la sanidad, y tantas cosas... por eso me cuesta tanto entender que los tiempos están cambiando, y que ahora el "tanto tienes, tanto vales" ha vuelto con mucha más fuerza. Aún así, sé que mi hija siempre recordará estos maravillosos años, y nosotros también. Y también sé que hasta que me queden fuerzas, seguiré luchando porque no se pierda un modelo estupendo para todos los niños.
Y me da igual lo que piensen los que se miran tanto el ombligo que no ven más allá. Soy una madre que quiere lo mejor para su hija, que no se conforma con una plaza en cualquier sitio porque esté cercano a su casa, o con las migajas de una política educativa nefasta. Desde donde esté, o más bien, desde donde nos manden, seguiré luchando por mantener lo que creo que es justicia social: una educación de calidad para todos, y por supuesto gratuita. La educación es un derecho, no un lujo.
Gracias a todos por leerme, y a los educadores que he conocido por ser como sois y por trabajar como trabajáis. Sois el alma de las escuelas. Hagan lo que hagan, no dejéis que os la quiten.
Un abrazo